19 de abril de 1995
Algo hay en este
título que evoca, a modo de homenaje, el brillante relato de Roberto
Fontanarrosa sobre una de las fechas más importantes (sino la más) en la
historia de Rosario Central. Y al igual que el fallecido hincha rosarino, parte
de la base del amor por el club de sus amores. Pero en este caso, el camino es
distinto; y si bien parte con la referencia obligada y necesaria al 19 de
abril, día en que se fundó Colo Colo; el desarrollo de esa agitada jornada
distará mucho de ánimo para celebrar.
Veamos.
Los setenta años
del Club Social y Deportivo Colo Colo encontraban a la institución popular en
una incómoda situación. La temporada anterior había exiliado al Cacique de la
primera línea futbolística, que tuvo en las universidades (Católica y De Chile)
a los principales candidatos al título en Chile. Incluso O’Higgins, relegó al
Colo a posiciones de reparto merced a su buena campaña en 1994. La temporada en
cuestión, había iniciado con excelente tranco, con dos victorias (ante Regional
Atacama 5-0 y frente a Deportes Concepción 2-1). Sin embargo, en la víspera del
aniversario; el sábado 15 de abril, se registra un episodio inolvidable y casi
traumático para la hinchada alba (imagínense para un pendejo de 15 años):
Marcelo Barticciotto, el ídolo, el crack, el del gol a Boca, el campeón de
América, le marcaba a Colo Colo, jugando por la UC, en el triunfo cruzado (su
club ese año) por 2-1. Con ese panorama, tendríamos un cumpleaños número 70
bastante aciago, ya que lo que vendría en el futuro sería igual de malo. Quizás
suavizado por el contundente 3-0 a la U, el día del doblete de Espina, que
constituiría la única alegría del año. Además, ya comenzaba a incubarse en el
club la quiebra que años más tarde, y luego de campañas locales espectaculares,
semifinales internacionales y sueldos millonarios, arrasaría con la dignidad de
una institución que tocará fondo y más allá, entre 2001 y el inicio del 2002.
Así, y con el
presente de 70 años más tristes que otra cosa, comenzaba ese miércoles 19 de
abril de 1995. Para ese día, la agenda futbolera asomaba interesante: Chile se
jugaba la clasificación a cuartos de final del mundial sub20 de Qatar frente a
España (servía sólo ganar) y por la noche, la adulta visitaba Lima para encarar
el segundo amistoso de la era Azkargorta ante el seleccionado del Rímac. Las 12:45
y 21:00 horas eran las indicadas para
sentarse a disfrutar de una jornada que a priori asomaba como difícil, pero que
nada hacía presagiar como desastrosa.
¡Extra! 24 Horas
informa. El noticiario de la televisión estatal en Chile interrumpe
violentamente el programa matinal de la estación con una información
apocalíptica a eso de las 9:15 de la mañana; la instantaneidad en la
información estaba en desarrollo y aún existía un desfase lógico entre la
llegada y el procesamiento de la información y su posterior divulgación; por
eso a muchos sorprendió lo que provenía desde Estados Unidos: el terror se
había instalado en el edificio federal Alfred Murrah, ubicado en el centro de
Oklahoma, lugar en el cual más de dos mil kilos de explosivos destruyeron el
lugar. El saldo de tanta destrucción fue pavoroso y desconocido para ese
entonces: 168 muertos, de los cuales casi una veintena correspondía a menores.
El culpable del ataque, Timothy McVeigh señalaría que actuó en venganza a la
masacre de Waco consumada exactamente 2 años antes de lo de Oklahoma. Uno, a
miles de kilómetros, poco y nada parecía entender de lo que ocurría en Estados
Unidos. Sólo el 11 de septiembre de 2001 se encargaría de confirmar las cosas.
Así, y mientras la
agenda noticiosa se nutría de lo ocurrido en Norteamérica, había que sacudirse
de la sorpresa y el dolor que transmitía la televisión y enfocarse en el
partido de la rojita sub20 (Sólo en 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas,
se suspendería la jornada de Champions correspondiente al miércoles 12 de
septiembre, por ejemplo). Al mediodía, los dirigidos por Leonardo “Pollo” Véliz
encaraban a España, en teoría el rival más fuerte del grupo, y que llegaba
clasificado a segunda ronda, con 6 puntos. Chile accedía con 2 unidades, merced
a pobres empates frente a Japón y Burundi (!). El problema es que asiáticos y
africanos se enfrentaban entre sí, y en caso de ganar uno de ellos, eliminaba a
Chile del certamen (en caso de que no ganemos). Ambos partidos irían en simultáneo, lo cual
acarreaba una carga extra de presión para Chile, que ante el primer gol en el
otro partido tendría un elemento extra contra el cual luchar, además de la
calidad de los hispanos (que llegarían a semifinales en esa edición). Una vez
iniciado el partido, y con los antecedentes descritos en juego, se llega al
primer mazazo, por partida doble: gol de España (Etxeberría, a los 9 minutos) y
gol de Japón (a los 10 minutos). De momento, comenzaban mal las cosas. Y
empeorarán antes de los 20 minutos de ambos partidos con nuevos goles de los
mismos países: dos en el caso de España y uno para Japón. Así, los partidos se
irán al descanso con la suerte sentenciada: Chile 0 España 3 y Burundi 0 Japón
2. Y mientras los noticieros seguían descubriendo el horror de Oklahoma con
nuevos y macabros detalles de la tragedia; se reanudaban las acciones en Qatar:
Salgado para España y Rozental para Chile modificaban el marcador en Doha antes
de los 60 minutos de partido. Nuevas anotaciones de ambas escuadras
configuraban un marcador tenístico (6-3 para España) que obviamente eliminaba a
Chile y clasificaba a Japón (que no movería el 2-0 del marcador). Sin embargo,
la oprobiosa actuación chilena no se quedó solo en lo (poco) mostrado en
cancha: el viernes 21 de abril se confirmará la detención de cinco personas
pertenecientes a una red de apuestas ilegales que funcionaba desde Tailandia y
que había puesto sus ojos en algunos seleccionados intervinientes en Qatar
(Portugal, Honduras, Camerún, Burundi y Chile). En el caso de los nacionales,
se confirma la operación por parte del ex jugador de Magallanes Washington
Arriola Medel, quien contacta a jugadores chilenos con atractivos U$2.500
aunque por “ir para más, y no para menos”. Frank Lobos y Francisco Fernández
resultarán sancionados por ser los receptores del dinero de manos de Arriola,
lo que contribuye a aumentar el escándalo por la eliminación chilena. Se ponía
así un triste fin a una generación que parecía destinada a ser la base de la
selección con miras al mundial de Francia, y que como tantas veces, se quedó en
las promesas.
A media tarde, se
tendría completa certeza de las muertes en Estados Unidos, y se confirmaría la
captura de Timothy McVeigh, quien sería detenido al conducir un auto sin
patente, la contundencia de las pruebas lo marcarían de inmediato como el
principal sospechoso de la masacre.
Para el plato de fondo, en Lima, la selección
contaba con la base de jugadores que debían comenzar un año después el proceso
clasificatorio a Francia. Azkargorta había iniciado con muy buen pie su paso
por la selección, con triunfo de 2-1 sobre México, y a mediados de año tendría
su primera prueba de fuego en la Copa América en Uruguay. La expectación por el
partido era alta, en una época en que el concepto de “fecha FIFA” aún no se
tomaba el calendario, por lo cual había que aprovechar el momento de ver en
cancha el proyecto de “Bigotón” que sin duda capturaba la atención del primer
semestre futbolero en 1995. Chile saldría al Nacional de Lima con Alex Varas al
arco (una de las debilidades de
Azkargorta), Gabriel Mendoza, Javier Margas, Nelson Parraguez, Rodrigo Pérez,
Cristian Castañeda, Ian Mac Niven, Clarence Acuña, Esteban Valencia, Luka Tudor
y Marcelo Salas. En Perú, destacaban Miguel “Carón” Miranda, los Soto (Jorge y
José), Roberto Palacios, Alex Magallanes y la dupla de ataque formada por
Ronald Baroni y Flavio Maestri.
Y si lo de media tarde en Qatar había sido
desastroso (en fútbol y marcador), la noche limeña no comenzaba tan distinta
para Chile: 0-2 a los seis minutos, tras dos anticipos de Maestri a una débil
defensa chilena, primero por bajo y luego por aire. Luego, una fulgurante
entrada de Baroni mano a mano con Varas señalará el 3-0 para los del Rímac, recién
en 29 minutos. Antes del descanso, Maestri confirma su hat trick con mucha
fortuna (38’), en un gol que reeditará años después Paolo Guerrero en el mismo
estadio, ante Chile (2001, eliminatorias a Japón y Corea). El 4-0, que más
parecía knock out boxeril que expresión de fútbol desnudaba las falencias de un
proceso que se sostenía en una idea colectiva de juego que no contaba con los
nombres requeridos para ello. Tras la
reanudación, Azkargorta apostó por un solo cambio: Patricio Mardones en
reemplazo de Ian Mac Niven, de discretísimo primer tiempo (sólo consignó un
tiro al arco, que pasó levemente desviado del arco peruano). Luego, los
ingresos de Goldberg (por Tudor); Ricardo Rojas (por Castañeda) y Galdames (por
Acuña), sirvieron para contener al rival más que para soñar con una remontada o
algo similar. Por el lado de Perú, mínimas variaciones que se traducirán en dos
nuevas conversiones de Ronald Baroni, una tras grosero error en la salida de
Margas y la otra tras una anotación de fantasía del delantero que por esa época
jugaba en Portugal (tras haber jugado incluso en Chile): el sexto gol peruano
será una síntesis de lo obrado por los locales esa jornada, con una sucesión de
certeros toques desde campo propio, que finiquitará Baroni con un increíble
ingreso al área tras limpiar a la defensa chilena y tocar sutilmente de revés
ante la salida de Varas. Para cerrar la nefasta noche, el “Huevo” Valencia
fallará un penal regalado por el juez boliviano Juan Lugones; el tiro del
volante de la “U” golpea el vertical izquierdo del meta peruano. En la
insistencia, Salas no puede señalar el descuento. Además, Carón Miranda confirmaba su fama de ataja-penales ante Chile al
evitar el gol por esa vía, casi dos años después del tiro atajado a José Luis
Sierra en la Copa América de 1993.
Terminado el
match en Lima, comenzarían los cuestionamientos a Azkargorta, a quien le
quedaría mucho sufrimiento, literalmente (en Uruguay, sufriría un colapso en
medio del partido con Bolivia). Recién un año después vendría el paso al
costado con la célebre frase del perro muerto y el fin de la rabia. De los
muchachos de la sub 20, se seguiría hablando por un tiempo; y lo ocurrido con
los sobornos terminaría por sepultar las aspiraciones de trascendencia de una
generación de la cual sólo Sebastián Rozental se destacó, ratificando aquello
con su extraordinaria temporada 1996 y posterior venta a Escocia.
En Norteamérica,
las cosas habían cambiado para siempre. Comenzaba una escalada de violencia que
alcanzará su cota más alta en septiembre de 2001. 3 meses antes de esa fatídica
fecha, se consumaba la ejecución de McVeigh, mediante inyección letal. Todo
había comenzado el 19 de abril de 1995.
Carlos Pérez Huenchupán
En twitter: @puertomontt25
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